miércoles, 17 de julio de 2013

Métodos de limpieza combinada y el criterio de intervención moderada en las obras de restauración de arquitectura

Autor: Luis Cercós, restaurador de arquitectura, responsable metodológico del departamento de restauración de Moguerza Constructora SpA

Hablando de restauración, de rehabilitación, o simplemente de reparación de edificios –término quizá más adecuado al tema que hoy pretendemos tratar-, el calificativo “científico” pudiera evocar en el lector dos acepciones muy distintas, en ocasiones antagónicas. Empecemos por tanto, por ahí.
 
Por un lado, desde un punto de vista exclusivamente teórico, la restauración científica nos situaría en la línea argumental e intelectual de restauradores históricos como Camillo Boito (Roma, 1836-Milán, 1914), Gustavo Giovannoni (Roma, 1873-1947) o Leopoldo Torres Balbás (Madrid, 1888-1960), padres todos ellos de una metodología conceptual que basó sus fundamentos (finales del siglo XIX, principios del XX, pero aún vigentes) en la diferencia notable entre lo “nuevo” y lo “antiguo”, en el doble valor de los monumentos como obras de arte y como documentos, en el carácter arqueológico de algunas intervenciones (esto resulta evidente en las intervenciones de Torres Balbás en la Alhambra y el Generalife de Granada y en la Alcazaba de Málaga, durante el período 1923-1936), y en la preferencia de los trabajos de consolidación y conservación sobre el enorme impacto que en muchas ocasiones causan obras de restauración más ambiciosas, agresivas y complejas.

Pero también pudiéramos hablar, y lo hacemos cada vez más en este inicio económicamente dramático del siglo XXI, de planteamientos científicos alejados de criterios mayoritariamente filosóficos, basados casi exclusivamente en el intento de alcanzar restauraciones objetivamente reversibles, irrebatibles, bien proyectadas y bien ejecutadas, viables en precio y en plazo, de forma no perjudicial (demostrable) para el bien cultural del que en cada caso se trate.
 
Para ello es preciso, simplemente, comparar con técnicas y análisis científicos el estado de los materiales antes y después de la intervención, combinando adecuadamente los avances tecnológicos e incluso los nuevos materiales con las técnicas tradicionales de construcción. Todo al objeto de conocer el grado de inalterabilidad y economía de unos y otros procedimientos. Nos encontramos pues en el inicio de una etapa de aplicaciones técnicas y tecnológicas que abren, en la restauración y reparación de edificios antiguos, un abanico enorme de posibilidades a desarrollar.




















No se trata sólo de intervenir sobre monumentos importantes de reconocido valor oficial y con valores artísticos o históricos consensuados, sino también sobre muchos otros edificios de carácter patrimonial que también pudieran ser objeto de protección y conservación.

 

















Al hilo de la realidad actual no podemos evitar recordar las acertadas palabras escritas por Fray Lorenzo de San Nicolás, arquitecto que fue de la corte española, en su tratado Arte y Uso de Arquitectura (1639, parte primera; 1665, parte segunda): “edificios grandes son los que hacen grandes maestros; (h)oy está España, y las demás provincias, no para emprender edificios grandes, sino para conservar los que tienen hechos”.

En esta línea de trabajo el departamento de restauración de Moguerza Constructora ha realizado recientemente 3 intervenciones (dos en España, una en Chile) que han tenido como objetivo fundamental hacer viables operaciones de recuperación de fachadas a un coste económico insuperable.

Nos referimos a los trabajos de decapado de la fachada principal (año 2011) del Palacio de la Música de la Gran Vía, la limpieza y recuperación de las fachadas de un palacete decimonónico (2012) en la Avenida del Valle (ambos en Madrid) y a la recuperación de los revocos históricos (1865 y 1880, respectivamente) de 2 casonas (la casa Goycolea y el Ex Club Domingo Fernández Concha) en la zona típica “Plaza de Armas” del centro histórico de Santiago de Chile (2012-2013). 
En Francia, desde 1987, el Laboratoire de Recherche des Monuments Historiques (LRMH), institución dependiente del Ministerio de Cultura francés, llevaba estudiando una metodología que intentaba combinar, para reducir el impacto económico de las carísimas intervenciones, diversos métodos de limpieza (agua, compresas de celulosa, microproyección y, finalmente, técnicas de limpieza con láser) cuyos resultados se comparaban “objetivamente” mediante muy estrictos análisis de las muestras (secciones pulidas, láminas delgadas, microscopio electrónico de barrido, colorímetro, rugosímetro). La primera experiencia oficial se realizó en el “Portail de la Mère-Dieu” de la catedral de Amiens durante el mes de junio de 1992. Aunque el objetivo de aquellas investigaciones, realizadas fundamentalmente por Geneviève Orial y Veronique Vérges-Belmin, era probar la viabilidad del primer aparato de limpieza láser portátil (viable sobre un andamio), los resultados se han podido trasladar posteriormente a un sinfín de intervenciones consideradas menores, consiguiendo un protocolo que ha permitido a técnicos y restauradores, limpiar cada zona de un edificio (o monumento) con el método más efectivo y económico en cada caso, sin daño para el soporte ni para las pátinas históricas que pudieran pervivir sobre él.

 
 
Planteamientos que combinan e incorporan la discusión previa y sin complejos de los diferentes métodos de limpieza aplicables en cada caso (sin descartar previamente ninguno), posibilidades de la tecnología disponible en cada momento, limpieza de superficies de manera rentable y eficaz, utilización de métodos combinados, utilización de boquillas simultáneas, mantenimiento y conservación de policromías, revisión de técnicas antiguas de limpieza. Caminos que nos llevan a la conclusión de que la discusión, a pesar de lo que se dice en cursos especializados, ni ha terminado ni ha sido exprimida hasta sus últimas consecuencias.


La culminación de estas investigaciones se materializó durante el bienio 1993-1994, en el programa Le Tour de France, extendido por Monuments Historiques de France y su ya citado Laboratoire de Recherche des Monuments Historiques a numerosas catedrales y monumentos franceses. Aunque el objetivo básico de aquel ambicioso programa fue probar la maquinaría de limpieza láser, los resultados recogidos en las fichas previas (métodos combinados para reducir la costra negra, antes de la intervención de la costosa técnica láser) han sido vitales para generaciones posteriores de restauradores y directores de restauración de arquitectura. O al menos para mí, fundamentalmente desde que tuve la suerte de conocer, en el andamio del Palacio de Santa Cruz en Valladolid, con ocasión de la limpieza láser de la cornisa de coronación de aquel edificio, al mayor experto español en la material, el arquitecto Eduardo González Fraile, profesor titular de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Valladolid y miembro del Instituto Español de Arquitectura.


 

La restauración, en la medida en que puede ser considerada también una actividad científica, consistiría en aplicar de forma razonable los avances y conocimientos alcanzados en otras ramas de la ciencia o del saber, sin descartar ninguno (como ya hemos dicho antes), o descartando todos (que pudiéramos añadir ahora), pues una restauración estrictamente científica por negar la necesaria sensibilidad subjetiva, también pudiera ser considerada por muchos metodológicamente improcedente.

Resulta, como en todo, que la distancia creciente e insalvable entre el científico y el restaurador, ha llevado también al desarrollo de manifestaciones críticas que discuten la pertinencia del conocimiento científico en el tratamiento de objetos (las obras de arte) de altísimo contenido intangible o inmaterial. A la vista de ello, se pudiera discutir de la eficacia de las aplicaciones de la ciencia en la restauración y de su escasa utilidad real. Pero es innegable, bajo parámetros exclusivamente económicos, que en “restauración de arquitectura” y sobre todo cuando actuamos sobre un patrimonio “menor”, en muchas veces debemos sacrificar “una parte” para salvar “el todo”. O lo que es lo mismo, ser capaces de dar a los propietarios, promotores y mandantes, una solución razonable al problema objetivo que tienen los edificios antiguos: su mantenimiento, su reciclaje y una adecuada y periódica renovación.

Todas (o casi todas) las restauraciones tienen una fase preliminar encaminada a retirar del edificio todo aquello que lo hace total o parcialmente incomprensible. Esa es la fase primera de nuestra metodología, bien a través de un proceso de deconstrucción que implica la retirada de los elementos añadidos en sentido inverso a su decantación sobre el monumento (a través de años, quizá a través de siglos), quizá de desmontaje, quizá de demolición, quizá simplemente de limpieza. En todas las restauraciones hay siempre algo que limpiar.

Las muy efectivas y contrastadas técnicas de limpieza, desde las más artesanales y manuales hasta las más complejas, ya se trate del uso meticuloso de cepillos dentales, bisturíes, microproyección, técnicas de hidro-gommage (proyección por vía húmeda a muy baja presión de aire y microabrasivos),  revisión de los protocolos de utilización de sistemas líquidos (agua nebulizada, agua caliente, diferencias de presión y temperatura, aditivos limpiadores), el uso de compresas químicas (antes de uso exclusivo de los restauradores universitarios), limpieza láser o la aparición futura de cualquier otra nueva patente, nos permiten hoy conseguir excelentes resultados a precios competitivos, siempre y cuando tengamos presente que la “técnica” es solo la herramienta en manos del restaurador, y no a la inversa.


 









Todo ello al servicio de una parte de nuestra profesión encaminada a evaluar nuestras intervenciones desde tres premisas previas y fundamentales.
 
La primera, de orden conceptual, pues la restauración es una disciplina intelectual encaminada a recuperar una imagen, original o no, que permita entregar a la sociedad la funcionalidad y el valor documental de edificios presentes (siempre desde el presente), que fueron construidos en un pasado más o menos lejano. Edificios que son, testigos del pasado pero contemporáneos nuestros, en la medida en que no pueden negar la realidad actual del momento en que son intervenidos.
 
La segunda de carácter técnico: ¿es posible, con técnicas adecuadas y procedimientos más o menos sencillos, reparar estrictamente lesiones, atender convenientemente las causas que las produjeron, acometer la eliminación de añadidos incomprensibles o revertir anteriores reparaciones inadecuadas?
Y, finalmente, la tercera parte y no por ello la menos importante: ¿es económicamente viable que la propiedad asuma la reparación y el proceso más adecuado en cada momento? En este caso, no solo habría que evaluar el importe presupuestario actual de la reparación, sino también los ahorros económicos que se producirán en los próximos años con la utilización de correctos sistemas constructivos y/o industriales, compatibles con la realidad física, histórica y económica del monumento, en un entorno y en un intervalo de tiempo más o menos extenso.